Crecimiento Personal, por: Psic. Elda Leyva Novelo.
Una de las mayores tristezas que podemos llegar a experimentar, es la pérdida de un ser querido, el dolor que genera es indescriptible.
¿Cómo vivir sin esa persona amada? Salir adelante en un proceso de duelo requiere que encontremos el sentido de dicha perdida.
La única verdadera certeza que todos podemos tener en esta vida es el hecho de que todos moriremos algún día y ante la pérdida de un ser querido cuestionarse el por qué y pensar en lo que pudimos haber hecho solo agranda la herida y nos quita la paz.
Es mejor aceptar que su momento de partir había llegado y reconocer que se encuentra en un lugar mejor. Como decía San Agustín: ¡Si conocieras el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudierais oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos ¡Si pudieras ver con tus ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen! Créeme: Cuando la muerte venga a romper tus ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, tu alma venga a este Cielo en el que te ha precedido la mía, ese día volverás a ver a aquel que te amaba y que siempre te ama, y encontrarás su corazón con todas sus ternuras purificadas. Volverás a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando contigo por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás.
Es una realidad, están en un lugar mejor y querer que vuelvan a esta vida solo para estar con nosotros es muy egoísta de nuestra parte. El amor no desaparece, la muerte no es nada y lo que éramos el uno para el otro lo seremos siempre hasta que nos volvamos a encontrar.
Solo necesitamos encontrar el sentido de nuestra perdida. El primero es honrar el recuerdo y la memoria de nuestro ser querido, valorar su legado y hacerlo trascender, que su amor perdure.
Y el segundo es crecer espiritualmente, preparándonos para el momento en que nos toque partir de este mundo. Que nuestra partida sea en la verdadera paz y nuestro legado trascienda en los que nos rodean.
«Concédeles, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Así sea.»